
Inmersos en una pandemia cargada de desesperanza, vinieron las letras para arrancarnos el miedo incrustado, a golpes de taladro, en la trémula amígdala cerebral.
Como un caudal en loop, nutrido por conferencias, foros y talleres
e impulsado por las creatividad desatada,
las páginas, yertas y pálidas,
de la otrora indiferencia se llenaron de vida.
Lo demás fue teclear y beber para menguar la desidia.
Asfixiados por cubrebocas, mientras aprendíamos
a sonreír con la mirada,
constatamos que nunca virus alguno
podría doblegarnos la angustia
de delinear con letras
las arrugas
los estropicios y, aún,
las alegrías de nuestros días.
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